No deja de resultarme paradójico las expresiones "marginalidad", "periferia", "alternativo", "tenuidad", etc., en literatura. Si bien presuponen una labor crítica y diferenciable, son posiciones que adquieren su sentido frente a, de cara a, algo, que suele revestir la forma de un "centro", una "centralidad". Si ese centro desaparece, desaparece el sentido de esa literatura. Pero el asunto es más complicado.
Con esto, la impresión que tiene uno es que quienes pretenden situarse en los márgenes, en la periferia, en la "tenuidad" o lo alternativo, de la literatura lo hacen a la manera de quien hace una espera, no pocas veces impaciente, en la antesala. Su grito (cuando es fecundo, se trata de una crítica) es una forma de tocar a la puerta. Esperan ingresar a la (mayor) visibilidad literaria. Y el referente que tienen, quizás el único, es lo que por comodidad podría denominar la literatura central, oficial, reconocida (adjetivo siempre dudoso, pues depende de donde uno se pare o desde donde se juzgue). Para garantizar el ingreso, se hacen de sus propios medios, soportes, mecanismos. Así, algunos logran ingresar a la sala central de la literatura, adquieren más visibilidad y se congratulan de aparecer en las portadas de suplementos culturales.
¿Pero en verdad así se ingresa a una centralidad literaria? Creo que hay un malentendido: no pocas veces no importa la literatura, lo que interesa es la visibilidad y, en última instancia, el reconocimiento -que, se entiende, no puede ser cualquiera sino mediático. Por ello, se está dispuesto a sacrificar la obra a la eficacia. Si el ritmo mediático exige publicar una obra cada año, todos los esfuerzos van dirigidos en esa dirección. De esta manera, a la literatura se le despoja de su significación y se le reduce a una mercancía.
Por supuesto que siempre estarán los inconformes. Aquellos benditos que se niegan a reducir la obra a un dispositivo comercial. Pero son lo menos. La fuerza del mercado es la fuerza del prestigio que se impone y exige eficacia, efectividad y rapidez. Parece haber algo redundante en la asimilación obra-mercancía.
Esto viene a cuento porque en pasado 30 y 31 de octubre se celebraron las “Jornadas Ayesha Libros de Voces Tenues. Cómo hacer para que el mensaje llegue” en la Biblioteca Nacional Argentina.
Que el escritor y editor suman posturas críticas resulta no sólo vital sino necesario. El diálogo, la disputa, la diferencia son fundamentales en toda sociedad. El punto es cuando esa crítica está contaminada por una especie de ambición y frustración por la carencia de reconocimiento. Algo de esto salió a flote en el ambiente de las jornadas. Pareciera que en el fondo es una queja porque no se ha logrado ingresar al circuito del reconocimiento medíático.
Pero también reflejaron, más en el fondo, la importancia de la inconformidad, de las posibilidades del dialogo, un recordamiento que la literatura circula de múltiples maneras. Con el tiempo, uno aprende a desconfiar de las portadas de los suplementos literarios y dejarse orientar más por el instinto y la búsqueda. Algunos de los participantes de esas jornadas son escritores realmente convencidos de su secreto destino, de una vocación que ha sabido movilizarse y movilizar su circunstancia (Sol Echevarría, Juan Diego Incardona, Grau Hertt, Alejandro Margulis, la simpática pareja de Esperando a Godot). Me parece que en esto estriba el margen, la descentralidad, lo periférico, de la literatura: caminar desde la primeras lectura, los iniciales contactos, las esbozadas teorías, las insinuaciones, las precarias publicaciones, hasta una voluntad por construir (aunque pueda parecer muy racional) y construirse un mundo donde habite el poema.
El fecundo margen de la literatura no puede surgir desde la frustración del que siempre recibe un "no". Apostar por la literatura es reconocer la posibilidad de las dificultades y las resistencias. No hay otra forma de cerciorarse que la literatura, como la vida misma, tiene múltiples significados. La obviedad de esta última frase es una forma de reiterar lo fecundo del "no".
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