A cada paso confirmo la incapacidad del poeta para leerse a sí mismo con convencimiento. Leer un poema en silencio, para uno mismo, puede ser fecundo, renovador. Pero leer para los otros, para otro, que ante todo es atención, oído, sensibilidad, piel —otredad convertida en extrema escucha— exigiría un mínimo de retención y otra posición distinta a la lectura silenciosa (en soledad). Me explico.
Nadie habla en y con versos —al menos que yo sepa—. Se piensa y dialoga en prosa. Por ello, cuando se introduce el poema, se introduce una excepcionalidad en el habla normal (por decirlo de una manera harto dudosa). Esta excepcionalidad de la poesía es lo que hace que un poema sea eso: poema, y no prosa. Cierto, hay poemas en prosa (o “prosopemas”). Pero esto es parte de un trueque, digamos, del sentido generativo y germinativo de la poesía. Poeisis, dirían los griegos antiguos.
Si el poema introduce una excepcionalidad en el habla, no se entiende por qué los poetas insisten en leerlo como si fuera prosa. En festivales, lecturas, cafés, bares, se lee poemas como se lee el periódico. El asunto excepcional lo vuelven algo mecánico, previsible, monótono, desganado. No se cuidan los énfasis, los requiebres, los tonos, las pausas.
En el Festival Internacional de Poesía de Rosario y en el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (noviembre de 2008) eso fue lo que encontré con una reiteración aburrida. Al menos en las lecturas de poemas a las que tuve oportunidad de asistir. Poetas que leen poemas como se lee el periódico: de prisa, con desgano, atropellando los vocablos, sin calibrar la fuerza de la palabra, sin respetar los tonos y énfasis. Sin saberlo siguen el peor argumento racional: la línea recta es la forma más rápida de unir dos puntos. Pero el poema es una curva, una espiral. Es cierto que hubo excepciones. La veta actoral de Alberto Muños en Rosario y el vozarrón de Eduardo Mileo en Buenos Aires.
Me pregunto si en el fondo no se trata de una colonización desde la prosa hacia la poesía. Una vez que la prosa se incorpora —como una suerte de sangre en el organismo— en la poesía, ésta carecería de sentido. ¿Qué importa si se trata de poema o prosa? ¡Es lo mismo¡ —se grita desde la prosa. Quizás por eso el último día del Festival Internacional de Poesía de Rosario, la poeta noruega Marit Kaldhol optó por leer un cuento. Una especie de historia moral, del bien y del mal, que me hizo regresar al siglo XIX. Fue como asegurar la preeminencia de la lectura en prosa sobre la lectura poética.
Quiero pensar que más bien se trata de cierta incompetencia para la poesía. Yo quiero seguir creyendo en la excepcionalidad del poema. En la fuerza de su ritmo, de su tono, de su respiración. La única evidencia que poseo para exigir que el poeta no lea poemas como si fueran prosa, es que nadie habla cotidianamente en verso. Por ello, un poema siempre será una excepción. Excepcionarse al leer, eso es lo único que pido.
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