Enrique G. Gallegos
Trabajo nocturno y otros cuentos es la opera prima de Osiris Ramos. Un libro compuesto de ocho cuentos con
diverso tono, escritos en primera persona y variada temática (al amor y el
desamor, la enfermedad, el erotismo, la infancia, los recuerdos, el trabajo,
etc.). Pero la mayoría se nutre de eso que los filósofos denominan como la empiria, la experiencia cotidiana.
En mi opinión el cuento mejor
logrado o al menos el que más me gusto es “Infirmus animus”. Se trata de un breve
cuento de alrededor de seis páginas que tienen la suficiente tensión para estar
cerca del poema y la solvencia de la línea narrativa para atrapar al lector. Es
la antihistoria del enfermo, del postrado en la cama, que tiene bastante tiempo
para ver transcurrir la existencia y está lo suficientemente cerca de la muerte
como para narrar los bordes de la vida. Frente a ese cuento es imposible no
recordar la literatura francesa gestado a los largo de las dos guerras
mundiales del siglo pasado. Si no fuera por ser un término peligroso y demodé, diría que tiene mucho del
existencialismo francés.
Y es que la raigambre en la que
se apoya el cuento es la existencia, existencia desnuda y cruda. No es gratuito
que en ese cuento también se hable de culpa.
Sartre, el patrón del existencialismo, a la pregunta de por qué somos
responsables solía responder: por existir. El simple hecho de ser, de existir,
nos hace responsables y en tanto que responsables, cargamos con una culpa.
Culpa de ser conscientes, culpa de ser libres, culpa de no actuar y de actuar,
de vivir y de no atrevernos a no morir. No hay opciones para no ser no
responsables. Y sin embargo, elegimos existir y estar cotidianamente. No como
piedras, no como objetos, sino como existentes, como pedazos de carne dotados
de libre arbitrio.
La culpa, dice Orsiris Ramos, en
el cuento “Infirmus animus”:
“Quizás la
expurgue de mis pensamientos o la disfrace de tristeza, pero el cuerpo tiene la
huella en su memoria: la culpa estuvo ahí, en ese mismo lugar, la culpa se
calcificó en mi pulmón derecho y me impide respirar.”
Por el blog de Osoris me entero
que es una sobreviviente del cáncer; que observó el borde de la vida y
en ese casi abismo, decidió regresar y narrar. Extraño y terrible privilegio
que a pocos les es concedido. El cáncer —salvadas las enormes diferencias—es
como la mala literatura que en algún momento todos los escritores la padecen. Un
cáncer formado de palabras que carcomen, podridas, sin oxigenar, que nos arrumban
en lo oscuro de la misma vida y nos disuelven en líquidos espesos. La lucha con
la literatura (como con el cáncer) no está fuera, sino dentro de uno mismo, con
sus demonios y sus limitaciones. Es una pasta viscosa que llevamos adherida a
nuestro organismo hecha de palabras, de historias, de experiencias, que no siempre
logran su punto narrativo.
El gran poeta alemán, Paul Celan,
decía en unos versos que “nadie testimonia por los testigos”. Nadie sabe lo que
pasa dentro del cuerpo, sino quien padece la afección. Pero a diferencia del
cáncer, la literatura es ese espacio común, esa invención humana de encuentro
con la otredad, con el otro igual a mí, que puede ser un ser adolorido, un ser
alegre, un ser iracundo, un ser que viene de inenarrables batallas, de gestas heroicas,
de experiencia extremas al filo de la muerte. Sólo quien ha visto en enorme y
sanguinario ojo de Polifemo y puede regresar para contarlo, sabe lo que esto
significa.
Frente a esa experiencia límite
que constituye la muerte, la sociedad contemporánea suele callar, hacer que
como si no pasara nada y hacer que el muerto en vida, el canceroso, el enfermo
terminal, siga con su vida como si su vida realmente pudiera continuar en los
mismos términos. Pero es justo el poeta y el narrador quienes pueden verbalizar
esas experiencias límite y dotarlas de cuerpo, de sentido y hacer que hablen.
Lo que narra Osiris Ramos en ese cuento es justamente esa experiencia límite,
inenarrable, el ojo sanguinario de Polifemo masticando cuerpos humanos endebles
y frágiles y que por gracia de la palabra adquiere plasticidad, forma y ritmo.
Sabemos de lo acuoso del pulmón, de las carnes blandas, de la lividez de la
existencia. Por el poder narrativo de Osiris, y por un momento, podemos ocupar
el lugar del postrado. Como aquella existencia viscosa de la que nos habla
Sartre en La náusea, Osiris también
nos habla del “estado líquido de la existencia”, de su “estado cambiante,
circunstancial, efímero”.
Osiris Ramos aun tiene un largo
camino por recorrer como narradora; algunos de sus cuentos alargan las páginas
artificiosamente, como en Noviembre;
otros, como en Tolvanera, la
narración no logra generar el ardid propio de la literatura y sobrepasar el
dato crudo de la experiencia; por ahí en algún cuento la historia termina por
estar un tanto desdibujada.
*Texto leído en la presentación del libro el 22 de octubre en la Hosteria la Bota, Ciudad de México.
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