La búsqueda de una idea puede impacientar. Una y otra vez la repensamos. O más exactamente, reformulamos. Pero se resiste, hasta que gracias a un apoyo externo comenzamos a precisarla. En mi caso, ese apoyo suele revestir la forma de una taza de café. Agudiza mis sentidos, focaliza la mirada y alienta los presentimientos. Esta es la gran diferencia con el alcohol (en mi caso, el whisky). Si éste me vuelve carne, piel exudante; aquel me transforma en una punzante mirada.
La diferencia entre una idea genuina y una idea obtusa suele pasar por el olor del café. Sobre todo si la taza es en ayunas.
viernes, 10 de octubre de 2008
El café y el pensamiento
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