Enrique G.
Gallegos
1. Si se hiciera la genealogía de las
personas desaparecidas, uno de los primeros personajes que destacaría sería
Ulises. Es conocido el relato de la Odisea:
han pasado alrededor de veinte años y el héroe no ha regresado a su patria. En
Ítaca, Penélope y Telémaco —esposa e hijo— no tienen noticias de él; no saben
si está vivo o muerto. Después de destruir Troya, los dioses hacen que Ulises
naufrague. Telémaco se lanza a buscarlo y sigue algunos rastros para dar con su
paradero. En el canto IV, Penélope le exige a Atenea que demuestre sus dones
divinos: “habla y dadme noticias de aquel desgraciado que añoro”. El relato de
la Odisea termina con el regreso de
Ulises a Ítaca y su encuentro con esposa e hijo. En la vida real de miles de
personas, la búsqueda de sus seres queridos no siempre culmina de esa manera.
Las personas desaparecidas generan un centro de gravedad que se configura alrededor
de su memoria. Los recuerdos son mantenidos con actos y jornadas de rastreo de sus
huellas e indicios, que los hacen caminar por cientos de pasajes.
En las líneas que siguen bosquejo
sumariamente algunas figuras de
pensamiento con la finalidad de reflexionar sobre el terrible fenómeno
social y político de la desaparición forzada de personas. Las figuras o
imágenes del pensamiento nunca son sólo “retórica” encerrada en procesos de
pensamiento e imaginación: son operaciones ancladas de múltiples maneras en la
realidad. Sólo a fuerza de abstraerlas e inmovilizarlas, se les sustrae su íntima
relación con los hechos. La idea es trazar una constelación de figuras (Walter Benjamin) para generar una zona de
tensión en la que la desaparición reverberé
y tomemos posición ante la urgencia de operar sobre esas ausencias, de tal
manera que ayude a interrumpir la instalación de una suerte de “normalización”
de la desaparición. Una urgencia que es como la luciérnaga didihubermasiana,
que en el momento de su aparición amenaza con desaparecer. Algunas de estas
figuras tensantes son la memoria, la
constitución de la persona sobrante y la impunidad; la primera mantiene un
horizonte de esperanza y resistencia en medio de la barbarie, la segunda ayuda a
trazar un registro crítico de comprensión en el altocapitalismo y la tercera, a
situar ese registro en la singularidad del contexto mexicano y la
responsabilidad política del Estado. Lo que sigue es un bosquejo de esas imágenes.
2. La historia es el registro temporal
de los grandes acontecimientos de personajes, pueblos y naciones. En la
historia, las singularidades cotidianas se diluyen en el torrente general del
tiempo. Se destaca al gran personaje que encabezó la lucha o la configuración
de la nación. La memoria, en cambio, puede ser el registro de los
microacontecimientos, las pequeñas acciones, el polvo del día, la vida
cotidiana y la experiencia que se gesta en cada movimiento, incluido lo que
Freud denominaba como parapraxias. Por eso, la memoria es el principal
resguardo simbólico de las personas desaparecidas y el punto de cobijo de las
políticas de resistencia. El relato mitológico de Ulises es también relevante
por ese contraste entre historia y memoria: narra la hazaña del gran héroe que
ha desaparecido; pero poco sabemos sobre los cientos de guerreros que lo
acompañaron en la guerra a Troya y que también desparecieron. Frente a la
historia que homogeniza el tiempo, los hechos y constituye relatos mitológicos
en torno a “grandes” personajes y batallas, la memoria es el recurso de las
personas para constituirse como seres temporales y es en ella donde el
desparecido pervive.
Si bien la imagen fotográfica puede
resultar central para mantener la memoria, el olor de su ropa, los zapatos en
el armario, la comida que prefería, el tono de su voz, la manera de andar y
conversar, contribuyan a mantener la pervivencia
del recuerdo de la persona desaparecida. Una de las dictaduras que han instalado
las prácticas de higienización de Occidente es el sentido de la vista. En un
doble proceso, mientras la vista se ha asociado con la inteligencia, el resto
de los sentidos han sido degradados (sobre todo olfato y tacto), pero éstos también
son relevantes para mantener la memoria. El recuerdo no sólo se conserva con la
fotografía y las anécdotas familiares, sino también con el olfato, tacto y
gusto en el que las personas desaparecidas se encuentran entretejidas; son las filigranas
de que está hecha la memoria del desaparecido.
Asimismo, la memoria tiene una base
material sobre la que descansa. No es una memoria volátil, que sobrevuele al
mundo y vaya de un lado para otro sin arraigo material; la memoria está apuntalada
por las cosas que le pertenecían al desaparecido y sobre las que trascurría su
vida cotidiana. El sillón en el que se sentaba, la cama en la que dormía, las
herramientas que usaba o la banca del parque donde descansaba. Pero no hay que
confundir ese mundo vivo de las cosas cotidianas con las mercancías. Al
predominio del sentido de la mirada, hay que agregar la dictadura invisible del
régimen de las mercancías. Las mercancías son antimemorísticas: nada retienen,
son hechas para consumirse y desecharse. Lo que se denomina como obsolescencia
programada apuntala el régimen del olvido y del terror. Así como existen
cementerios de cosas desechados, existen fosas clandestinas. La lucha por
mantener los recuerdos de las personas desaparecidas es la lucha del valor de
uso contra el valor de cambio; para decirlo de otra manera, si la obsolescencia
programa y las mercancías apuntalan el olvido, las cosas, enseres, artefactos, herramientas y
pertenencias de las personas desaparecidas, mantienen vivos sus recuerdos,
anécdotas y esperanzas.
3. En una conferencia de 1994, el
historiado marxista, Eric Hobsbawm, sostenía que después de 1914, “la barbarie
ha ido en aumento durante la mayor parte del siglo XX”. El historiador encontraba
las causas de la barbarie en dos fenómenos: la ruptura del sistema de reglas y
comportamiento moral que establecían las condiciones mínimas de relaciones
intersubjetivas y la desaparición del proyecto de la Ilustración que se
cimentaba en el respeto a la vida, libertad, felicidad, igualdad, fraternidad y
que fungía como barrera de la “civilización” frente a la barbarie. Si bien resulta
convincente la propuesta del historiador, aquí pretendemos enfatizar una interpretación
que sitúe el fenómeno de la desaparición forzada de personas en el marco de la
deriva neoliberal del capitalismo. Es indudable que existen varias razones por
las que desaparecen las personas, pero la desaparición
violenta en México, los asesinatos por la guerra del narco-estado
neoliberal y los feminicidios —que se han constituido en un peculiar arreglo social de exterminio de la
población—, son de orden estructural y tienen que ver con la constitución de
las personas sobrantes en el
capitalismo y atañen a los fundamentos
sanguinarios de ese modo de producción y reproducción social.
4. El argumento para comprender esos fundamentos sanguinarios sería el
siguiente: en la medida en que la valorización del capital descansa en la
explotación y reduce a los
trabajadores a fuerza de trabajo, los desposee de sus cualidades como personas. Con el paso de los años,
el capitalismo —en tanto modo de reproducción social— hará extensivo esa desposesión
y reducción a otros espacios y relaciones sociales. Así, las personas podrán
ser reducidas a cuerpos para usar y desechar, a órganos para traficar y
experimentar, a esclavos en los campos de amapola y mujeres sometidas a la esclavitud
sexual, de tal manera que en esa lógica generalizadora, constituirá la noción
de persona sobrante y desechable. Esta operación es más
radical que la reducción de las personas a mercancías: la mercancía se
intercambia; en cambio, la persona constituida
como sobrante se le desecha, extermina o se le desaparece.
No hay que olvidar que esta lógica que conduce a la constitución de
la figura de persona sobrante lleva más de 400 años operando sobre relaciones
sociales, estructuras, prácticas y subjetividades. Foucault asoció el régimen
biopolítico con el orden neoliberal como dos fenómenos internamente trabados.
Pero para ciertos países y zonas del actual arreglo mundial, esa deriva
biopolítica neoliberal se ha tornado en lo que Mbembe denomina —no sin confusión—
como necropoder y del que algunos investigadores
han usado inocentemente para estudiar a México. Ese basamento y escenario explicaría
parte de las prácticas de desaparición forzada, feminicidios y exterminio de
personas que se han implantado en México. Para decirlo de otra manera, la
constitución de personas sobrantes y
desechables (campesinos, migrantes, mujeres, jóvenes, niños, indígenas, etc.)
en el contexto del arreglo de reproducción social neoliberal, debe entenderse
en el marco de una rebobinación de la “acumulación originaria”, de manera
similar a como Marx la describe en el capítulo XXIV de El Capital, pero repotenciada en la fase actual del capitalismo que
conocemos como neoliberalismo.
5. Esa lógica reductora de las
personas hasta desposeerlos de sus cualidades y constituirlas como sobrantes y desechables,
adquirirá toda su crudeza en un marco institucional en el que el neoliberalismo
reestructuró al Estado mexicano, de tal manera que colonizó con ideas
“empresariales” ámbitos que tradicionalmente eran punto de control, justicia
social, protección y resistencia (no sólo el Estado, sino también universidades
y sindicatos). No hay que olvidar que históricamente el Estado era la figura que
tenía la responsabilidad de salvaguardar la vida, la libertad, la igualdad, la
fraternidad y operar positivamente en
las células sociales (por supuesto, esto hay que tomarlo con precaución, pues
también es el principal aparato de represión y control social de las clases
hegemónicas). Una figura para entender la práctica de ese Estado neoliberal en
el contexto mexicano, es la impunidad (me atrevería a sugerir que es la “marca
registrada” del Estado mexicano). Debe entenderse que no se trata de la
impunidad como la conciben abogados, juristas y jueces —por demás, éstos son los
guardianes y operarios de ese Estado neoliberal—: a modo de falta, defecto o
imperfección en la aplicación de la ley.
La impunidad, tal y como aquí la concebimos,
es la consecuencia de la instalación de un estado de derecho formal y su refuncionalización
dentro de la episteme neoliberal. Al destacar reglas en lugar de personas, al
atender a los “hechos del expediente” en lugar de la realidad social, al
interesarse en “relaciones legales” antes que en las sociales y culturales, al anteponer
el procedimiento a la justicia, el Estado mexicano no ha hecho sino apuntalar y
legitimar el orden social neoliberal,
radicalizando la constitución de personas sobrantes y desechables. Para decirlo de otra manera, si el
emprendimiento es el ethos del
neoliberalismo, la impunidad es el marco de ese ethos expresado en el derecho formal mexicano.
Esta podría ser una de las razones por
las que el Estado mexicano ha mutado —en distinto grado e intensidad, en
municipios, localidades, dependencias, sectores de gobierno— mediante las
lógica de la competencia y emprendimiento, que también están presentes en poderes
privados y grupos delincuenciales, incluido el narco, tratantes de blancas,
secuestradores y sus canjes qua funcionarios
y políticos. Lenin sostenía que en la fase superior del capitalismo se llegaba
a la identidad entre políticos o funcionarios de gobierno y banqueros y
empresarios —lo que se conoce en España como “puertas giratorias”—, pero la
fase neoliberal ha legitimado la integración de un siniestro personaje: el delincuente,
de tal manera que ya no sólo existe indistinción entre los primeros, sino que el
delincuente los ha absorbido y se ha constituido en la figura predominante en
las elites hegemónicas. Es el delincuente mismo quien actúa bajos las máscaras
del político y financiero.
La lógica neoliberal descrita
sumariamente en los párrafos anteriores, hace más legible que la impunidad sea una práctica sistemática y
general de operación económica y social del Estado mexicano y sus mecanismos de
reproducción política e institucional.
Eso explica que desaparecer, asesinar, violar, secuestrar y robar no tengan
consecuencias y sean prácticas de terror “normalizadas”. Si a la impunidad se le
sitúa en el contexto antes descrito de constitución de personas sobrantes, se comprende el cuadro de terror e inhumanidad.
Por ello más que hablar, directamente o sin mediaciones, de terrorismo de Estado,
se tiene que clarificar la trasmutación del Estado soberano en el Estado
neoliberal y el uso —en función de contextos sociales y niveles de gobierno—
del terror, la represión, la desaparición violenta, los desplazamiento forzados,
las ejecuciones y asesinatos en ese tipo de Estado. En ese contexto debe
entenderse que toda desaparición forzada
de una persona es un acto político en
el sentido prístino del término: porque embiste el fundamento de la polis: la solidaridad, igualdad y
protección de las personas. De aquí que sea cardinal realizar una dobla tarea:
obligar al Estado a asumir su responsabilidad política y reestructurar el ethos del Estado para reconfigurarlo en
el sentido de la tradición de los oprimidos, pues un “Estado neutro y formal”
es un Estado al servicio de las clases hegemónicas.
6. Abrir una constelación de imágenes en
la que reverbere la figura de la
persona desaparecida significa repensar desde la tradición de los oprimidos, que
exige interrumpir un triple relato
legitimador del actual régimen neoliberal
criminal: la historia como escenario de los grandes personajes y hechos; el
mito del libre mercado como fuente de riqueza y progreso social; y la apelación
al derecho, justicia y Estado “formal y
neutro”. Es necesario oponer a ese relato las figuras o imágenes de la memoria
como reactivantes de la acción
política, la presencia de la persona con todas sus cualidades, sabores y olores,
lo cual también pasa por la construcción de un Estado que tenga como ejes la
solidaridad e igualdad real y la destrucción del mercado con su lógica del
valor del cambio, para pasar a la lógica del cuidado de las personas.