Hoy más que nunca hablar de arte
es lindar con zonas de incertidumbre. Desde el siglo XIX el arte ha sido minado
y ha excavado sus propios criterios normativos. Este doble movimiento, desde
los propios artistas y desde la lógica con la que opera el capitalismo, no
parece tener límites. Se podría, acaso, preguntar por qué los habría de tener. El
emblemático poema de Baudelaire, Perte
d'auréole, puede ser interpretado como uno de los orígenes de esta especie
de desfundamentación estética.
Ante la pérdida de cualquier
criterio normativo (Perte d'auréole),
todo vale. El contraargumento de los post-post,
los defensores de lo ultísimo en arte,
es una especie de argumento externo, que se disuelve en rodeos y no termina por
hacerse cargo del fondo del problema: por un lado, se nos dice, se están aplicando
criterios decimonónicos para el arte del siglo XXI. Y luego viene la estela de pastiches
y bodrios argumentales (de segunda o
tercera mano) derridanos, deleuzeanos o rancieranos, para justificar un
emplaste de madera, hule, basura, heces y cualquier otra amalgama de heteróclitos
elementos. Y uno puede estar de acuerdo: mal poeta es el que quisiera escribir
como Baudelaire; mal pintor, el que pretendiera revivir el emplaste pictórico
de van Gogh. Cada arte tiene su propia época y cada época tiene su arte. Pero
también es un pésimo argumento cuando se revira con bodrios teóricos o con argumentos
que quiebran la historia del arte en ayeres inmutable y presentes gloriosos que
sólo desplazan el problema.
Sin embargo, esto no allana el
problema de un arte que, en un volumen significativo de su producción, deja la sensación
de frivolidad, estulticia, vanidad, ineptitud técnica, pretensiones de jet set
y pasarela. Vivo y patético ejemplo es Zona Maco, “la feria de arte
contemporáneo más importante de América Latina”, según se lee en su página web.
Y, según la misma página, importa tener en consideración que Maco cuenta con un
comité internacional de expertos para seleccionar las obras que se exhiben. Lo
asombroso es quizá lo ordinario del gestualismo superficial y la estulticia que
salta a borbotones en los pasillos de Zona Maco… aquí trece modestos ejemplos:
1. La pieza de Damián Ortega: un
martillo con una manguera enredada (imagen 1).
Imagen 1 |
2. Un refrigerador que contiene
un motor: de Juan José Gurrola (imagen 2).
Imagen 2 |
3. La instalación de Bruce Nauman: una cruz compuesta de dos vigas de metal tiradas en el suelo
(imagen 3).
Imagen 3 |
Imagen 4 |
4. La pieza de Burcak Bingol, que
consiste en un pedazo de terciopelo sobre el muro (imagen 4).
Imagen 5 |
5. Una instalación de Julieta
Arando, compuesta de una camisa y un gancho (imagen 5).
6. El objeto realizado por Oscar
Murillo, que a juzgar por el título, pretende ser una bandera pintada; se
trata de una tela instalada en el muro (imagen 6).
Imagen 6 |
7. Un lienzo de Matt Mullican con
la palabra God, segmentado en rojos y
blancos (imagen 7).
Imagen 7 |
8. Una serie de enmarcados de
Iván Krassoievitch con las letras escritas en serigrafía en su parte superior
izquierda, que parecen remedar una hoja en blanco con algunos caracteres
impresos (imagen 8).
Imagen 8 |
9. Una instalación de un nopal: obra
de Julius Von Bismarck y Julian Charrière (imagen 9).
Imagen 9 |
10. Cinco cajas llenas de
escombros, pieza de Martín Cordiano (imagen 10).
Imagen 10 |
11. Cinco sandías (con una especie
de capucha) instaladas sobre el suelo, de Debora Delmar (imagen 11).
Imagen 11 |
12. El remedo de una playa (incluidas
las cervezas, las latas de coca-cola, los vasos, etc.) de Erick Muñoz (imagen
12).
Imagen 12 |
13. Cinco montículos de hojas
impresas sobre el suelo, de Daniel Gustav Cramer (imagen 13).
Imagen 13 |
Si uno les pregunta a estos
artistas por el sentido de su trabajo, seguro nos darán un conjunto de
explicaciones, justificaciones, teorías y lugares comunes en los discursos
estéticos de los últimos 50 años. Pero la obra, el pedazo de tela, de metal, el
conjunto heteróclito de materiales y formas, que se exhiben permanecen mudos,
insulsos, frívolos. No nos interpelan, no emocionan, no orillan a reflexionar,
no plantean posiciones verdaderamente críticas. Es un arte que ha nacido muerto y al que ni siquiera se le puede ofrecer las exequias.
Muy a tono con esta frivolidad, Maco ya cuenta con una zona de diseño: platos, sillas, mesas, saleros y todo lo que se necesite para decorar la linda casa. Y me pregunto por qué no ha incorporado a las tiendas de moda, Zara, Bershka, Mango, etc. Finalmente para los comerciantes de Maco, no parece haber diferencia ontológica entre un pantalón, un plato y una pieza de arte.
Por supuesto, no todo lo que se muestra en Maco es de este tipo de frivolidad (pienso en las irónicas instalaciones de Norton Maza, que desafortunadamente sólo exhibieron fotografías; o en las pinturas de Hugo Crosthwaite, a pesar de la temática recurrente; en las esculturas de Paolo Grassino o de Richard Stipl).
Los reaccionarios del arte creen que no hay nada nuevo bajo el sol. Los seudorenovadores, que cada día es un tempo novísimo. Los dos están enredados; y, paradójicamente, cojean del similar pie: el primero por el exceso del pasado; el segundo, por el exceso del presente. Lo que demuestra Maco es justamente la imposibilidad de pensar en el arte; quiero decir, la pasmosa posibilidad de un mundo de frivolidad. Después de Maco la única certeza que tengo es la reflexividad del capitalismo para tragarse al arte y vomitarlo como “gansitos”.
Muy a tono con esta frivolidad, Maco ya cuenta con una zona de diseño: platos, sillas, mesas, saleros y todo lo que se necesite para decorar la linda casa. Y me pregunto por qué no ha incorporado a las tiendas de moda, Zara, Bershka, Mango, etc. Finalmente para los comerciantes de Maco, no parece haber diferencia ontológica entre un pantalón, un plato y una pieza de arte.
Por supuesto, no todo lo que se muestra en Maco es de este tipo de frivolidad (pienso en las irónicas instalaciones de Norton Maza, que desafortunadamente sólo exhibieron fotografías; o en las pinturas de Hugo Crosthwaite, a pesar de la temática recurrente; en las esculturas de Paolo Grassino o de Richard Stipl).
Los reaccionarios del arte creen que no hay nada nuevo bajo el sol. Los seudorenovadores, que cada día es un tempo novísimo. Los dos están enredados; y, paradójicamente, cojean del similar pie: el primero por el exceso del pasado; el segundo, por el exceso del presente. Lo que demuestra Maco es justamente la imposibilidad de pensar en el arte; quiero decir, la pasmosa posibilidad de un mundo de frivolidad. Después de Maco la única certeza que tengo es la reflexividad del capitalismo para tragarse al arte y vomitarlo como “gansitos”.