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Fachada de Malasangre |
La vie fleurit par le travail, vieille vérité
Rimbaud, Mala sangre
Unreal City/ Under the brown fog of a winter noon
T. S Eliot
Enrique G. Gallegos
1. ¿Qué se puede decir cuando una
espacio cultural cierra sus puertas?, ¿qué, sobre todo, cuando ese espacio era
tan íntimo y nuestro?, ¿es posible que estemos ante un tirón mayor en el empobrecimiento
de nuestra experiencia estética en Guadalajara?, ¿a dónde acudirán ahora todos
esos otros que hacían de Malasangre
su morada?
Fundado por Indira Rendón y
Ricardo Alemán en 2009 —ambos pintores—, Malasangre se convirtió en el espacio par excellence de la poesía en
Guadalajara. Pero había de todo: teatro, performances, exposiciones de arte, tocadas (y de todo tipo).
Estaba en una etapa de expansión inaudita para un centro cultural
independiente: contaban con una librería, una galería, una radio y era el centro de operaciones de toda
una legión de agitadores culturales, desde editores, cartoneros, poetas, músicos
y hasta pachecos, mariguanos y borrachines con pretensiones de artistas. Rendón y Alemán nunca dejaron de practicar una política de puertas abiertas para quien quisiera
montar un espectáculo, una exposición o leer poemas; por malos que fueran, siempre
había un foro donde expusieran o se les escuchará.
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Sago e Indira Rendón |
2. Con el tiempo, Ricardo Alemán
renunció e Indira debió hacerse cargo del espacio. Sólo una persona como ella
podía sostener semejante proyecto. Siempre al filo de los pagos, exprimiendo
hasta el último peso, tallando los ya de por sí deteriorados billetes; pero sólo alguien con su pasión, tenacidad, coraje y, por qué
no, terquedad, podía mantenerlo. En los últimos años se fueron algunas personas y llegaron nuevos
colaboradores: el legendario Sergio Fong, el Tecla, San Lalo Blues y todo lo
que él represente para la cultura en Guadalajara. Llegó el Sago (de inestimable
apoyo a Indira) y luego su banda de blues y otras mezclas. Llegó María del Rayo y el
pintor Salvador Rodríguez —con sus inconformes trazos urbanos.
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Teixeiro, Sergio Fong e Indira Rendón |
3. Malasangre no era un espacio que
generara mucho aspaviento en los medios de comunicación. Su trabajo era a ras
de suelo, pero consistente. Era humedad. A pesar de lo reacia que era Indira
para las entrevistas, Malasangre sonaba. Y sonaba porque dejaba que los hechos
hablaran por sí mismos; que el despliegue del poeta, el performancero, el
músico y el aventurero, mostrara su fuerza o su podredumbre, su sonoridad o sus
chorizos mal digeridos. Su nombre empezó a ser conocido en la ciudad de México y en el extranjero;
extraño para un centro cultural independiente.
Ello a pesar del desdén de ciertos medios de información de la cultura, plagados
de periodistas güevones y boletineros del gobierno o de sus amigos. Por
supuesto hubo periodistas como José Alfredo Sánchez en Radio UdeG o el poeta Ricardo
Solís que, cuando trabajaba en La Jornada
y gozaba de ciertas libertades, le dieron difusión. Enfatizo el adjetivo independiente
porque Malasangre era verdaderamente independiente. Hoy que ese término se ha
prostituido y surgen de su espectro toda suerte de engendros y cadáveres. Lo
era y de tres maneras: de los poderes políticos, de los grupos culturales y de
las lógicas del mercado. Una triple propuesta ética que desborda la cultura y
convirtió a Malasangre en una gesta heroica. Lo que quiero decir es que
posiblemente Malasangre estaba condenada a disolverse precisamente porque sus conquistas
residían en su terca identidad. Lo
diré de otra manera: para que Malasangre fuera lo que es y construyera su
relato heroico, debía autoclausurarse.
Siempre he admirado a los poetas suicidas porque tienen el don soberano de decidir,
en el umbral de sí mismos, el cuándo
y el dónde. Malasangre, a su manera, fue un poeta suicida que vivió contra el tiempo.
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Los poetas Raúl Bañuelos, Artemio González,
Alejandro Zapa, Pedro Goche y Ricardo Solís |
4. No creo que valga la pena
lamentarse; no creo en la eternidad ni en que las cosas deban durar “por los
siglos de los siglos”. Creo en la muerte, en la erosión y la finitud. Empero,
pienso que tal vez unos años más de duración habrían permitido que algunos
proyectos en marcha (la radio, la librería, el festival cartonero, la galería, los
encuentros literarios…) maduraran y emigraran,
asaltando desde sus cimientos la pobreza cultural de Guadalajara.
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Eugenio Partida, Enrique G. Gallegos
y Pedro Goche |
5. Hubo un tiempo en que no dejaba
de ser simpático encontrar el prefijo mala
de Malasangre en cafés, cantinas y centros culturales. Así apareció el Malaleche, el Malahierva, el Malasaña, y
así sucesivamente. Así era de enérgico el sonoro prefijo Malasangre que abrevaba en
el poema homónimo de Rimbaud. El mal de
la poesía puede ser fecundo; mal que el artista lleva en la sangre y con el que
decididamente le planta cara al mundo con sus otras maldades y se vuelve una prodigiosa yerba de trasformación y
resistencia.
6. Sé de mucha gente que hizo de
Malasangre su cantina, su hoyo, su morada; por qué no, su ramera; su zona de descanso, de
despliegue, de lucha y espacio para tramar aventuras y confabular nuevos
mundos; algunos que conozco y otros que no. Imposible nombrarlos a todos. Y
luego las historias de asiduas parejas de amorosos que, en el recital del poema,
rompían su relación. O aquellos que en medio de la cerveza, el chisme del
momento, la penumbra y el poema que anida en la conversación, lograron advenir grandes
amigos o pasar a enemigos irreconciliables.
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Tendedero de la poeta
y costurera Judith Satán |
7. La lista de los escritores,
poetas, narradores, pintores, músicos y una fauna variopinta que pasó por sus
salones, es inmensa. Son legión; pero también surgieron rupturas entre amigos;
algunas muy tristes. Sin duda en un espacio cargado de tanta identidad
y a fuerza de rondar sus salones, las personas se convierten en habitúes, los conflictos se vuelven
inevitables, los malentendidos y las disputas afloran. Se confunde a la cantina con la casa familiar,
al amigo con el padre, a la poeta con la madre, a la mesera con la sirvienta. Edipo,
Layo y Yocasta rumian sus desdichas sin saberlo. Y, con tanta confusión,
estalla el conflicto. Pero Indira Rendón —lo decía líneas arriba— nunca dejó de
practicar una política de puertas abiertas y tuvo que tomar decisiones, algunas
difíciles —durante varios años— para
sacar adelante a Malasangre de múltiples obstáculos. Cada inicio de año era complejo,
cuentas que saldar, pagos que realizar. Como otros centros culturales, debió abrir como fonda y realizar eventos en la semiclandestinidad, siempre con el riesgo de la clausura. Quizás el principal error fue no
consolidarlo financieramente. Pero en cuanto escribo esto, me
pregunto, ¿era posible para un proyecto de la diversidad, envergadura y
complejidad como Malasangre, que apostó deliberadamente por ser el centro de
los márgenes?, ¿es posible que el arte y el valor de cambio, como decían los viejos marxistas, convivan? Sí, a condición de que el primero se transmute cínicamente en una
cruda mercancía. Para Malasangre, con su terquedad para rechazar esa apestosa
connivencia, era imposible. Por ello, cada año se veía el izamiento del hacha
sobre su cabeza. La temible calaca tiliki
y flaca en busca de sus despojos…
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En Memoria de Alicia Lozano. El pintor Salvador Rodriguez |
8. Durante varios años Indira Rendón
pintó un mural en el que aparecen varios escritores, músicos y habitúes de Malasangre (Raúl Bañuelos,
Dante Medina, Miguel Ángel Áviles, Mauricio Ramírez, Marco Antonio Gabriel, Xel-Ha
López, Lisi Turrá, León Chávez Teixeiro, Roberto García, Mavi-Robles Castillo,
Miguel Ángel Hernández Rubio, Juan Cervantes, Fanny Enrigue, Antonio Macías, Víctor
Hugo Abrego, Paty Mata, Pedro Barbosa, Isra Soberanes, Mario Z. Puglisi, Anúk
Guerrero y otros que aparecieron y desaparecieron conforme los habitués del lugar fueron cambiando). Y
luego está la espectral silueta de Sergio Fong trazada por el pintor Salvador
Rodríguez: un humo de cigarro que se alza e inunda con su sombra las noches de helada
cerveza. Será una lástima
si se pierden.
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El mural pintado por Indira Rendón. A la izquierda, Arehf Palacios. |
9. Termino con una obviedad orgánica: la
muerte es el destino de todo ser viviente. Y aunque somos seres finitos
atravesados por la sed de vivir, los últimos
alientos también pueden ser los primeros. "En mi fin está mi principio", diría Eliot. Aquí termina Malasangre: un espacio vivo,
poético en su mobiliario, en su vieja casona, en sus murales, en sus tachaduras
de las paredes, en sus poéticos insultos, mil veces tachados y reescritos en los
baños; pero seguro Indira Rendón iniciará otra aventura. Porque Malasangre era
Indira, ella le inyectó su fuerza, su vitalidad, su creatividad, su terquedad
por estar en un mundo que derrocha miseria y podredumbre y que si no tiene empacho en desaparecer a 43 estudiantes, menos en imponer obstáculos a los espacios culturales (un relato de ineptitud gubernamental que habrá que hacer). Si hay justicia en este mundo esa vendrá de la
memoria de cada uno de los escritores, poetas, narradores, pintores, músicos y parroquianos
que atravesaron el umbral de
Malasangre.
Porque el arte siempre ha sido eso: atravesar umbrales, entrar en
claroscuros, en oscuridades luminosas.
Porque entrar en Malasangre era eso y,
además, era posible.
Adiós Malasangre; bienvenida
Indira Rendón.
La mayoría de las siguientes fotos fueron tomadas de algunos perfiles de facebook; aunque sería necesario hacer un relato visual-fotográfico más preciso de personas, hechos, acontecimientos:
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Entrada a Malasangre |
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Primeras noches cartoneras en 2013 |
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Ricardo Alemán e Indira Rendón |
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En el control de las máquinas de Malasangre
Radio, Pavel Fong |
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Desde el DF: Latas de Atún, Mónica Gameros y Alex Morales |
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Salvador Rodríguez, Sergio Fong y a la derecha, María del Rayo |
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Los peruanos Piero Ramos Rasmussen, Arehf Palacios (Mx), Franco Osorio-Antunez y el español Jose Mayoral Elizagarate |
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Estrella, sobre el suelo y aburrida de los poetas |
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A la izquierda y sobre el muro el trazo del pintor Salvador Rodríguez |
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Flyer de las Noches cartoneras de 2014 |
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Gerardo Enciso y el Sago |
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El pintor José Luis Malo |
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Marco Antonio Gabriel |
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Mavi Robles, Iván Antillón y Fer Zaragosa, Maca |
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Parados: Sergio Fong, Isra Soberanes, Carlos Chávez, Roberto García,
Fanny Enrigue. Sentada a la derecha: Eliana Galáctica |
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Neri Tello |
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Nota de Ricardo Solís en La Jornada. En la foto: Pedro Valderrama, Sergio Fong, Isra Soberanes y Marco Antonio Gabriel |
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Paty Fong |
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Sihara Nuño |
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Taller impartido por Juan Manuel García de la Cartonera la Cecilia |
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La banda Malasangre: Lourdes Espinoza, Marcia Hernández, Santiago Vázquez, Sago |
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Sara Raca |
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Armando libros en el taller cartonero |
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Miguel Ángel Aviles y Dora Moro |
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Miguel Áviles, Dante Medina, Roberto García y Miguel Reynoso |
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Intervención danza-poesía, Tanya Cosía y Ailyn Arellano, 2011 |
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Juan Cervantes, Marco Antonio Gabriel y a la izquierda, Roberto García |
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Cuando eramos felices: Paty Fong, Marco Antonio Gabriel, Indirá Rendón
y Miguel Áviles |
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Fin de año 2011: Mónica Gonzáles, Indira Rendón, Verónica Sandoval, Enrique G. Gallegos y Helena Salazar |
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Lectura de poemas de niño. El eNe con el micro |
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Luis G. Abbadie, 2010. Atrás, Indira |
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Ángel Ortuño |
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Juan Marco Cháves y Elba Vega |
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Karla Mora, afinado la lira... |
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Erick Nolazco y Sihara Nuño |
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El palomazo alemán/kazakhstano de Jania Kudaibergen |
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A la derecha la poeta peruana, Julia Wong |
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Los wixárikas siempre
estuvieron presentes en Malasangre |
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Club de jazz de Armando Segovia Romero |
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Erandini Aparicio |
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Miguel A. Chávez, Nahum Acosta, María Amor y Luis Abbadie |
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Nadia Arce y Carlos Vallín |
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Marco Antonio Gabriel y Renata Bisnacida |
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Berónica Palacios, Dante Alejandro Velázquez y Marco Antonio Gabriel |
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Xiuj Tik |
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Pedro Valderrama y Fernando Toriz |
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Sergio Fong y Xel-Ha López |
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Fabián Muñoz, Jesús Cruz Flores, Blancas Batiz, Sergio Fong |