jueves, 20 de octubre de 2011

Notas sobre Sergio Fong y la literatura contaminada*



Enrique G. Gallegos

1. Particularmente desde el siglo XIX se ha venido imponiendo una concepción de la literatura que privilegia el goce individualista y la técnica sobre el sentido y el significado de la literatura. Son concepciones que se comenzaron a cribar en la Francia del simbolismo, pero que uno puede atisban en la temprana modernidad de la mano de Góngora y sus esfuerzos por resemantizar el lenguaje. Ciertamente durante el siglo XX existieron esfuerzos por volver a “socializar” la literatura, pero lo que ha prevalecido es un tipo de literatura que suele sentirse cómoda en el pasillo del palacio del poder político. Por supuesto que con lo anterior no estoy insinuando una especie de reversa estética, de forma que volviéramos al romanticismo plañidero o reviviéramos los esfuerzos ideologizantes de la literatura comunista.

2. Lo que quiero plantear es algo más básico: la literatura, el arte y la poesía son un campo agonal. Campo agonal sobre visiones del mundo, de la sociedad, la cultura y de la función que el arte debe desempeñar en la propia sociedad. Es evidente que en nuestros días la versión dominante de la literatura acoge con naturalidad que ésta sea una especie de campo incontaminado y que, por ende, el poeta deba dedicarse a la autocomplacencia de la vida privada. El poeta tiene razón cuando exige cuidar la forma y el lenguaje; pero lo que resulta dudoso es el freno social y político. Un adjetivo que excede su función molesta tanto como el servilismo político de un escritor. Ciertamente estas visiones “puristas” de la literatura no son un gesto aislado en México. Son poderosas corrientes de pensamiento que se coagulan en torno a diversas dimensiones de la praxis cultural y social. Por supuesto que la brutalidad del poder no suele ser tan franco en sus desplazamiento; más bien se desliza a nivel micro, tenue e imperceptible. Sólo los sistemas totalitarios han hecho de la brutalidad un modus operandi. No es gratuito que en México tengan buena acogida la pureza del derecho y la pureza de la poesía. El Estado no le interesan ni abogados críticos ni poetas impertinentes. El derecho puro apuntala las instituciones; la poesía pura, el espíritu. Ambos, derecho y poesía incontaminados, neutralizan la inconformidad.

3. Por ello, me parece que el libro de Sergio Fong resulta propicio para volver a situar en el espacio agonal una literatura que quiero denominarla como contaminada en oposición a la literatura pura. Una literatura que Sergio Fong escribe y, habría que subrayar esto, práctica. Porque, en efecto, pocos escritores vivos del México contemporáneo encarnan con tanta consistencia la imagen del escritor comprometido, combativo y resueltamente callejero. Sergio Fong —el “Tecla” (para los amigos), San Lalo Blues—durante más de 25 años se ha convertido en una especie de bastión de la congruencia moral y estética. Muchos adjetivos y sustantivos se han utilizado para describir el tipo de cultura que promueven escritores como Sergio Fong: contracultural, alternativo, diverso, underground, subterráneo, proleta, reciclado, anticultural, retro, maldito, emergente, callejero, sucio…, pero los hilos que tejen todas estas denominaciones es la vocación por disolver las pretensiones homogeneizantes de una cultura dominante y, por momento, oficialista. Pero reduciríamos las propuestas “alternativas” de la cultura si sólo hiciéramos énfasis en lo “contra”, pues la contracultura es también cultura y, en ese sentido, creación, fecundación artística y rotación de los engranajes de la memoria, la imaginación, lo inesperado y el desparpajo.

4. Hoy, que el concepto de contracultura parece haber caído en descrédito y que siniestros personajes vinculados a grupos de poder han banalizado su vitalidad, es un momento pertinente para restituirle su verdadero significado y valorar la trayectoria de este escritor y promotor cultural. Y su trayectoria debería de hablar por sí misma: en los años ochenta en pleno régimen autoritario mexicano, fue cofundador de uno de los movimientos juveniles más rebeldes, iconoclastas y combativos de que se tenga memoria en Guadalajara: el BUSH, que, entre otras cosas, organizaban las legendarias tocadas en el Foro Callejero: Jim Morrison; fue coeditor de la mítica colección de plaquetas Alimaña Drunk en la década de los noventa y de la que surgieron poetas de la talla de Adriana leal, Lalo Quimixto y Pedro Goché; fue cofundador del Tianguis Cultural, espacio ya imprescindible en la ciudad para la contracultura y lo alternativo; es, junto con Gabriela Juárez, promotor de la también imprescindible OTRAFIL; y desde 2009, al lado de Lorena Baker y Fernando Zaragoza, es parte del movimiento cartonero latinoamericano con la editorial La rueda cartonera, que de forma ingeniosa y crítica editan libros bajo los conceptos de la cultura del reciclaje y la reutilización de deshechos materiales; además de editor de revistas y otras infinitas actividades culturales y sociales que ha realizado.

Colofón. Sólo siendo ingenuos podemos aceptar que la cultura es el espacio de la incontaminación y la complacencia. La literatura es un espacio agonal y el hecho de que hoy en día prevalezca una de sus expresiones sólo significa que en las catacumbas algo se gesta, pues ¿qué significa el movimiento cartonero en Latinoamérica?, ¿qué significa la emergencia de contraferias del libro en México (OtraFIl) y Argentina (FLIA) y los movimientos que deliberadamente asumen la cultura como agitación (Poesía Urbana)?

*Texto leído en la presentación del libro de Sergio Fong, Un chango llamado Hemingway, Ediciones El Viaje, 2011. Malasangre, 21 de octubre 2011

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