sábado, 19 de septiembre de 2009

Guardaespaldas


Durante años fui el guarura de El Padrino, ¿remember? Nadie se mete conmigo y yo no me meto con nadie. Soy misericordioso con los amigos y despiadado con los enemigos. Ahora soy el modesto guardaespaldas de Enrique G. Gallegos. Mi nombre es Rocco. Recuérdenlo.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Artemio González: tensión entre realidad y apariencia*


La poesía de Artemio González es una obra que se subraya por su densidad. Sus poemas no se desarrollan hacia afuera y en formas descriptivas y sencillas. Con el riesgo de parecer simplista, permítaseme especificar lo que, en mi opinión, no es la poesía de Artemio González: experiencia cotidiana, pura reflexión sobre el lenguaje, efluvios emotivos, experimento y juego léxicos.

Es, más bien, una poesía que se desarrolla bajo su propia lógica, podría decir, sino fuera porque no es exactamente la lógica la que impulsa sus poemas. La cifra bajo la que se orienta la poesía de Artemio González es la tensión. Tensión entre la realidad y la apariencia.

Una cosa es este mundo con su finito espectáculo humano. Sus dramas de telenovela, sus políticos afanosos de poder, sus damas copetudas y vírgenes tapatias, sus tragedias cotidianas del hambre, la desesperanza, encuentros y desencuentros de amor, su ciudad y su cotidiano intercambio. Una cosa, digo es esto, y otro la realidad-real (valga el pleonasmo). Este mundo sólo es, cito algunos versos de Artemio González, el “cascaron de su modelo”, el “figurín abstracto de su informe”.

El trasfondo de lo que Artemio González poetiza no versa sobre lo que acontece, sobre lo que a diario le pasa al hombre, sobre el viejo zapato abandonado en el armario, sobre el desencanto del mundo. Si Artemio González poetiza sobre una ventana, un vestido que retrae el recuerdo de la amante y la esposa abandonada o sobre un recuerdo borroso por el paso del tiempo, no es porque le interesa el rastro, no es por una vocación fetichista, estetizante o mero ejercicio escolar. Si poetiza sobre lo cotidiano, sobre la experiencia del día, sobre la memoria, sobre el amor, sobre el dolor, sobre el desencanto, es porque todo eso recuerda muy bien cuán efímeros somos los hombres. A la manera de los platónicos y escritores metafísicos, Artemio González ha construido un mundo en dos planos. Frente a un cosmos ordenado e infinito —por momentos incomprensible—, la humanidad de nuestro cuerpo, la carne de nuestro sexo, la ansiedad del éxito, la desesperación del desencuentro y el éxtasis del encuentro amoroso siempre serán materia finita, erosión continua y total apariencia.

Lo que quiero decir con esto es lo siguiente: quien se acerque a la obra de Artemio González buscando poemas de amor, de desesperanza, de la vida cotidiana, seguramente los encontrará; pero habrá que ver más allá: el lugar de donde manan, que es a un tiempo un no-lugar: puede ser el cosmos, el cielo, el universo, el Cero, la eternidad. El Todo frente al cual lo individual adquiere su sentido y orientación (y cualquier cosa puede entrar en éste individual o particular: un zapato, una caricia, el vuelo de un pájaro, el terrible calor tapatio). Y, por supuesto, anteponer este “más allá” no es despreciar el “más acá”. Pretender el absoluto no es malquerer la contingencia de la carne.

He de confesarle algo. A mi me ha llamado siempre la atención que cuando Artemio González no quiere ser deliberadamente filosófico en sus versos, cuando se abandona el influjo de la creación y su propios resortes poéticos, ofrece sus mejores poemas. Poemas emotivos y profundos. Poemas profundamente emotivos por esa doble conciencia de finitud frente a la infinitud de un “algo” que nos sobrepasa. Muestra de ellos son los poemas del libro que hoy se presenta. Por eso habría que recordar que toda gran poeta es también un pensador; pero, por lo mismo, también alertar que no son lo mismo filosofía y poesía. Cuando el poeta escribe no debe proponerse ser filósofo (o alguna otra cosa: sociólogo, terapeuta, cantante de rock, orgullosa madre de familia —que los hay, hay poetas que equivocaron de vocación, con sus quejidos, bondadosos consejos, versos de superación personal y lamentos por tener que vivir de “bolear” zapados—). Quiero decir: el poeta debe ser radicalmente poeta (valga de nuevo el pleonasmo).

Uno puede no estar de acuerdo con el trasfondo filosófico de la poesía de Artemio González, uno puede interpelar al pensador desde un ángulo muy mundano y escéptico; pero esto sería irrelevante y necio frente a la eficacia de sus versos; y no se puede dejar de reconocer cuánta congruencia existe en la poesía de Artemio González. Toda su poesía tiene el mismo motor, las mismas preocupaciones, los mismos intereses. Cierto que los ropajes de sus poemas y el léxico pueden haber cambiado, pero hay una tremenda continuidad durante más de cuarenta años. Y no hay que olvidar que Artemio González tiene ya 75/76 años.

Decía un poeta y filósofo muy apreciado por Artemio González —Ramón Xirau— que la poesía siempre trata de pocos y de los mismos temas en todas las épocas y por todos los poetas. Y este es el caso de Artemio González, su obra siempre ha girado en torno a un mismo y único tema: la tensión entre realidad y apariencia, entre lo infinito y el finito humano, entre la fecundidad del Cero y la esterilidad del Uno. Con diversos ropajes, con diferentes pretextos.

Estas preocupaciones y constantes es lo que hace único a Artemio González en el panorama de la poesía de Jalisco y de México. A reserva de volver a revisar sus libros publicados, tengo la impresión que Cerrojos es su mejor libro; y esto, quizá, a pesar del propio autor; por demás, como sucede con todo libro: una vez que es lanzado al espacio público, su destino termina por ser ajeno a la voluntad del autor. Cerrojos está compuesto de casi 100 páginas y 46 poemas de diversa temática, extensión y composición. Libro, por cierto, no exento de ambigüedad por un subtítulo que, me parece, oscurece la claridad de su contenido. Cerrojos es un vocablo ordinario, más o menos extendido, pero puesto como título al libro de Artemio González se vuelve excepcional y refleja bastante bien lo que aquí he afirmado; en cambio, el subtitulo “Del amor y misterio”, reorganiza aparentemente el libro en un sentido más convencional. Libro, por demás, hay que decirlo, bellamente editado, y ejemplar en muchos sentidos de cómo hacer bien el trabajo editorial.

También habría que reconocer la pertinencia y el excelente trabajo realizado por quien seleccionó los poemas: Luis Armenta Malpica. No sabemos qué dejo fuera del libro; pero conocemos lo que dejo dentro. Y lo que selecciono es de calidad. Quizá algún día nos explique que lo llevo a un camino y no a otro. Yo soy de los que creen que a muchos poetas les hace falta un buen lector-seleccionador-editor. No les ayuda a escribir, pero sí a ver desde otro ángulo y evitar el arrebatamiento y el ensimismamiento que obnubilan. Creer que todo lo que se escribe es publicable es un primer error. Confiar demasiado en el juicio propio, es un segundo. Frente a la crisis de los marcos de referencia poéticos, los afanes por publicar rápido y directo y el abaratamiento de las técnicas de edición, la labor de lector-seleccionador-editor, se vuelve necesaria. No sería difícil demostrar cómo un ingente número de grandes libros fueron parte de un proceso dialogal entre el autor y su lector-seleccionador-editor; eso sí, proceso tenso, ambiguo y no exento de malentendidos. Aunque también hay riesgos.

Si, como quieren los biógrafos, toda obra es el reflejo —en muchos sentidos— de una vida vivida y de una vida deseada y buscada, el poema “Cerrajero”, incluido en el libro, puede sintetizar bien la trayectoria poética de Artemio González:

Yo viví haciendo llaves con palabras
para abrir con sigilo
la cerradura material del mundo
.


*Texto leido en la presentación del libro el 1 de septiembre de 2009, en Guadalajara, México.