viernes, 20 de febrero de 2009

El Macho Soldati en Buenos Aires. A propósito de la novela El mayor y las perlas de Sergio Fombona


Alfonso Reyes señalaba que Argentina y México representaban “los dos fundamentales modos de ser que encontramos en Hispanoamérica.” Aunque el texto de Reyes se inscribe en una polémica por el desciframiento de las identidades nacionales tan en boga a principios del siglo XX, cabría preguntar si Argentina y México siguen siendo los dos polos culturales de Hispanoamérica. Quienes hemos vivido en ambos países tenemos la “sensación” de que así es. Sus publicaciones, escritores, poetas, narradores, revistas y editoriales dan cuenta de ello.

Es cierto que durante las últimas tres décadas del siglo XX aconteció una especie de explosión demográfica de escritores (algo que Gabriel Zaid ya señalaba en los años ochenta), paralela o motivada por la “tercera ola” de democratización en el mundo, con el consabido regurgite de la “moda intelectual” y otros “booms” del mass media. No se explica de otra forma el surgimiento de las grandes empresas editoriales y sus pretensiones hegemónicas. El argumento, digamos, es sencillo, pero catastrófico: “donde hay multitudes hay mercado”, ergo el “libro no pasa de ser una mercancía”, etc., etc.

Por ello, resultan interesantes los esfuerzos que realizan, tanto en México y como en Argentina, pequeñas editoriales independientes. Y el adjetivo no es un apunte gratuito. Nadie gana su independencia vendiendo jabones, libros de superación personal o cosméticos para señoras amargadas. Tendrán solvencia económica pero no independencia. Frente al avasallamiento mediático y la ferocidad del “discurso oficial” que tácitamente postula con un vocabulario por demás irritante, que más allá no existe literatura, la labor de estas pequeñas editoriales resulta por demás destacable.

Una de esas pequeñas editoriales argentinas, Ediciones Godot, publicó una notable novela breve a mediados del año pasado (2008): El mayor y las perlas de Sergio Fombona.

Con poco más de 100 páginas, por su brevedad me hizo recordar nuestro Pedro Páramo. Aunque, claro está, son dos ejercicios distintos. La novelita de Rulfo enclavada en lo rural y la imaginería de pueblos y rancherías. La de Sergio Fombona, netamente urbana, con el telón de fondo de Buenos Aires. Un Buenos Aires mítico, por más que la velocidad, la moda, el turismo comercial y la necedad intenten desfigurarlo.

El personaje central de la novela me pareció entrañable: el Macho Soldati. Es un personaje triste sin llegar al pesimismo; por momento desilusionado, pero sin caer en la total desesperación; rabioso sin llegar a lo colérico; sociable sin recurrir al servilismo; agudo sin llegar al desplante. Por un momento acompañe al Marcho Soldati deambulando por Florida, por Sarmiento, por Lacroze, buscando una cantina, antro o bule —los porteños dirían bar, tangería, etc.— donde colmar la sed. Intuimos en el Macho Soldati al “desertor” del ejército (quizá sería más exacto decir: de la vida), desilusionado e incrédulo ante el “destino de la nación” o la “Gran Argentina” de la época de la dictadura y otras linduras con las que los políticos latinoamericanos aderezan sus discursos (¿tendrá algo que ver la voz italiana soldato?).

La estructura de la novela está ganada por un manejo del tiempo, una sintaxis apretada y una especie de atmósfera que no alcanzo a expresar con precisión. Quizás se trata de una atmósfera de opresión, de angustia, de fatalidad y sin sentido. De hecho me pareció que el Macho Soldati recupera algo del espíritu porteño. “Yo no me meto con vos y vos no me hinchás las pelotas, y hacés lo que diga”. Mi impresión de Buenos Aires ronda esos rasgos; quiero decir, es una ciudad donde uno percibe la ambigüedad de la fuerza, de lo fatal y cierto pesimismo. Con otros motivos, con otras intenciones, pero no pude menos que recordar la película El lado oscuro del corazón. ¿No son hermanos espirituales Oliverio y el Macho Soldati? No sería difícil pensar en una versión cinematográfica. Así como en la película hay algo de búsqueda, en la novela también percibo una búsqueda. Creo que este es el arcana de la trama. La búsqueda de una identidad, de un sentido, de una luz —incluido un infierno, una demencia, una rabia. Aunque es una identidad festiva. Sin llegar a la carcajada, Buenos Aires sabe como divertirse, dialogar y caminar, ¿cómo explicar tanto bar y espacios para el encuentro del otro?, ¿cómo explicar la orgía en la que termina la novela?

El Macho Soldati es la reencarnación del dandy dieciochesco, del flaneaur baudeleriano, del regentador, del enamorado, del chulo, del maldito, del antihéroe. Con el Macho Soldati recorremos no sólo las arterias viales de Buenos Aires sino también nos internamos en su complejo sistema de bares. Pero el asunto quizás sería banal si sólo se tratará de describir un recorrido por calles y cantinas. ¡Qué ciudad no tiene sus espacios de perdición, de regocijo, de encuentro, de embriaguez y seducción! Lo importante es que también intenta proponernos una geografía espiritual del porteño. Su titubeo, su temor, su rabia, su duda y la dialéctica de su “orgullo-frustración” profundamente anti-pro-europea —muchas veces apenas insinuada en la propia novela.

He dicho apenas insinuada y me detengo en la expresión: ¿no devendrá de ahí la propia brevedad de la novela? Porque cuando insinuamos, nos acogemos al orden de lo apenas indicado, señalado, manifestado. Asumimos el guiño como emblema. Es un ámbito de tenues marcas para que el lector interprete lo no dicho, lo no puesto. Por ello, el arte de la insinuación ronda con el erotismo. ¿Y no es el Macho Soldati un ser profundamente erotizado y sexualizado? Siempre en busca de la mujer. Su reconocimiento emocional y carnal es al mismo tiempo su perdición. Al final, en el fracaso del personaje reconocemos el triunfo de todo ser humano. El Macho Soldati, sin dejar de ser un artificio novelesco, es profundamente humano. Y justamente en eso consiste la magia de la novela: hacer del artificio verbal, humanidad; y de la humanidad, artificio verbal. Y eso es lo que nos entrega Sergio Fombona con su novela. Novela de la identidad y la búsqueda, pero también del cuerpo femenino deseado —ausente.