Un silencio perturbador
por Guadalupe Ángeles
Un silencio perturbador atraviesa la obra de Verónica Sandoval. Toda certeza es artificio, creer que se comprende que la muerte no sólo es de la carne, pudiera pasar por verdad pero no importa, también las flores han sido tronchadas, y es esa sucesión de muertes lo que nos hace hilvanar hipótesis, o dejarse llevar por el gris del cielo que a punto está de romper la serenidad de un paisaje: implota en pesadilla: Un viento helado hace avanzar las nubes que giran sobre sí mismas como amenazante tromba contra el tiempo que se ha congelado, pues alguien se muere a la sombra de ese bosque que inhala el viento más que mecer las hojas de sus árboles bajo su caricia.
Ante estos cuadros, da por pensar en la muerte como único misterio, ¿se correrá ese misterio de sitio si aceptamos la invitación del cuerpo que, vela en mano, invita a transitar desde los escombros de lo vivo hacia el túnel de lo no muerto, invadido de despojos?
Aquí, en este universo gris sólo es desprovisto de existencia el último ardor de toda carne, de no ser así, ¿qué hacen esos hombres recogiendo vísceras y sangre, restos de amores muertos? Es como si una nostalgia más allá de lo humano desposeyera a los personajes de esta galería rota de sus rostros, arrancándoles la mirada que pudiera orientar al espectador sobre la naturaleza de su padecimiento. Pero esos cuerpos, carentes de rostro y pensamiento, expresan más allá del delirio y la soledad en extremo reconcentrada, un viejo himno de amores idos: “Yo tuve para mí un amor hecho de sangre y deseo/ de carne y horas muertas/ pero el tiempo ha segado toda dicha.”
Carne y sangre, despojos, hojas secas que son fragmentos de cuerpos, o cuerpos que son otoños una vez separados del resto, bosques talados, existencias incompletas, esos nortes que se desvelan en los cielos de estas piezas, es todo artificio o todo sangre, pero a final de cuentas, quizá la totalidad de lo que Verónica Sandoval quiere que veamos, verdaderamente, es lo que no se ve allí, "Al final, segar; sólo segar" alude a un misterio, basta mirar a esos seres moverse por las piezas limpiamente ejecutadas: ¿es que buscan, o se desprenden, almacenan o desesperan, crean nuevos rumbos, o siguen las líneas de la carretera hacia lo cotidiano?
por Guadalupe Ángeles
Un silencio perturbador atraviesa la obra de Verónica Sandoval. Toda certeza es artificio, creer que se comprende que la muerte no sólo es de la carne, pudiera pasar por verdad pero no importa, también las flores han sido tronchadas, y es esa sucesión de muertes lo que nos hace hilvanar hipótesis, o dejarse llevar por el gris del cielo que a punto está de romper la serenidad de un paisaje: implota en pesadilla: Un viento helado hace avanzar las nubes que giran sobre sí mismas como amenazante tromba contra el tiempo que se ha congelado, pues alguien se muere a la sombra de ese bosque que inhala el viento más que mecer las hojas de sus árboles bajo su caricia.
Ante estos cuadros, da por pensar en la muerte como único misterio, ¿se correrá ese misterio de sitio si aceptamos la invitación del cuerpo que, vela en mano, invita a transitar desde los escombros de lo vivo hacia el túnel de lo no muerto, invadido de despojos?
Aquí, en este universo gris sólo es desprovisto de existencia el último ardor de toda carne, de no ser así, ¿qué hacen esos hombres recogiendo vísceras y sangre, restos de amores muertos? Es como si una nostalgia más allá de lo humano desposeyera a los personajes de esta galería rota de sus rostros, arrancándoles la mirada que pudiera orientar al espectador sobre la naturaleza de su padecimiento. Pero esos cuerpos, carentes de rostro y pensamiento, expresan más allá del delirio y la soledad en extremo reconcentrada, un viejo himno de amores idos: “Yo tuve para mí un amor hecho de sangre y deseo/ de carne y horas muertas/ pero el tiempo ha segado toda dicha.”
Carne y sangre, despojos, hojas secas que son fragmentos de cuerpos, o cuerpos que son otoños una vez separados del resto, bosques talados, existencias incompletas, esos nortes que se desvelan en los cielos de estas piezas, es todo artificio o todo sangre, pero a final de cuentas, quizá la totalidad de lo que Verónica Sandoval quiere que veamos, verdaderamente, es lo que no se ve allí, "Al final, segar; sólo segar" alude a un misterio, basta mirar a esos seres moverse por las piezas limpiamente ejecutadas: ¿es que buscan, o se desprenden, almacenan o desesperan, crean nuevos rumbos, o siguen las líneas de la carretera hacia lo cotidiano?
Es labor de todo arte otorgarnos dudas. ¿Por qué esta obsesión con la carne muerta? Verónica Sandoval deja las preguntas, es tarea nuestra vivir la respuesta con la mirada puesta en sus cuadros.
*Lugar: Malasangre N. 330, Guadalajara, México.
24 de octubre 2009. 20 hrs.