sábado, 7 de febrero de 2015

Zona Maco 2015: frivolidad y gansitos


Enrique G. Gallegos


Hoy más que nunca hablar de arte es lindar con zonas de incertidumbre. Desde el siglo XIX el arte ha sido minado y ha excavado sus propios criterios normativos. Este doble movimiento, desde los propios artistas y desde la lógica con la que opera el capitalismo, no parece tener límites. Se podría, acaso, preguntar por qué los habría de tener. El emblemático poema de Baudelaire, Perte d'auréole, puede ser interpretado como uno de los orígenes de esta especie de desfundamentación estética.

Ante la pérdida de cualquier criterio normativo (Perte d'auréole), todo vale. El contraargumento de los post-post, los defensores de lo ultísimo en arte, es una especie de argumento externo, que se disuelve en rodeos y no termina por hacerse cargo del fondo del problema: por un lado, se nos dice, se están aplicando criterios decimonónicos para el arte del siglo XXI. Y luego viene la estela de pastiches y bodrios argumentales  (de segunda o tercera mano) derridanos, deleuzeanos o rancieranos, para justificar un emplaste de madera, hule, basura, heces y cualquier otra amalgama de heteróclitos elementos. Y uno puede estar de acuerdo: mal poeta es el que quisiera escribir como Baudelaire; mal pintor, el que pretendiera revivir el emplaste pictórico de van Gogh. Cada arte tiene su propia época y cada época tiene su arte. Pero también es un pésimo argumento cuando se revira con bodrios teóricos o con argumentos que quiebran la historia del arte en ayeres inmutable y presentes gloriosos que sólo desplazan el problema.

Sin embargo, esto no allana el problema de un arte que, en un volumen significativo de su producción, deja la sensación de frivolidad, estulticia, vanidad, ineptitud técnica, pretensiones de jet set y pasarela. Vivo y patético ejemplo es Zona Maco, “la feria de arte contemporáneo más importante de América Latina”, según se lee en su página web. Y, según la misma página, importa tener en consideración que Maco cuenta con un comité internacional de expertos para seleccionar las obras que se exhiben. Lo asombroso es quizá lo ordinario del gestualismo superficial y la estulticia que salta a borbotones en los pasillos de Zona Maco… aquí trece modestos ejemplos:

1. La pieza de Damián Ortega: un martillo con una manguera enredada (imagen 1).
Imagen 1
2. Un refrigerador que contiene un motor: de Juan José Gurrola (imagen 2).
Imagen 2
3. La instalación de Bruce Nauman: una cruz compuesta de dos vigas de metal tiradas en el suelo (imagen 3).
Imagen 3
Imagen 4
4. La pieza de Burcak Bingol, que consiste en un pedazo de terciopelo sobre el muro (imagen 4).
Imagen 5
5. Una instalación de Julieta Arando, compuesta de una camisa y un gancho (imagen 5).
6. El objeto realizado por Oscar Murillo, que a juzgar por el título, pretende ser una bandera pintada; se trata de una tela instalada en el muro (imagen 6).
Imagen 6
7. Un lienzo de Matt Mullican con la palabra God, segmentado en rojos y blancos  (imagen 7).
Imagen 7
8. Una serie de enmarcados de Iván Krassoievitch con las letras escritas en serigrafía en su parte superior izquierda, que parecen remedar una hoja en blanco con algunos caracteres impresos (imagen 8).
Imagen 8
9. Una instalación de un nopal: obra de Julius Von Bismarck y Julian Charrière (imagen 9).
Imagen 9
10. Cinco cajas llenas de escombros, pieza de Martín Cordiano (imagen 10).
Imagen 10
11. Cinco sandías (con una especie de capucha) instaladas sobre el suelo, de Debora Delmar (imagen 11).
Imagen 11
12. El remedo de una playa (incluidas las cervezas, las latas de coca-cola, los vasos, etc.) de Erick Muñoz (imagen 12). 
Imagen 12
13. Cinco montículos de hojas impresas sobre el suelo, de Daniel Gustav Cramer (imagen 13). 
Imagen 13

Si uno les pregunta a estos artistas por el sentido de su trabajo, seguro nos darán un conjunto de explicaciones, justificaciones, teorías y lugares comunes en los discursos estéticos de los últimos 50 años. Pero la obra, el pedazo de tela, de metal, el conjunto heteróclito de materiales y formas, que se exhiben permanecen mudos, insulsos, frívolos. No nos interpelan, no emocionan, no orillan a reflexionar, no plantean posiciones verdaderamente críticas. Es un arte que ha nacido muerto y al que ni siquiera se le puede ofrecer las exequias.

Muy a tono con esta frivolidad, Maco ya cuenta con una zona de diseño: platos, sillas, mesas, saleros y todo lo que se necesite para decorar la linda casa. Y me pregunto por qué no ha incorporado a las tiendas de moda, Zara, Bershka, Mango, etc. Finalmente para los comerciantes de Maco, no parece haber diferencia ontológica entre un pantalón, un plato y una pieza de arte.

Por supuesto, no todo lo que se muestra en Maco es de este tipo de frivolidad (pienso en las irónicas instalaciones de Norton Maza, que desafortunadamente sólo exhibieron fotografías; o en las pinturas de Hugo Crosthwaite, a pesar de la temática recurrente; en las esculturas de Paolo Grassino o de Richard Stipl). 

Los reaccionarios del arte creen que no hay nada nuevo bajo el sol. Los seudorenovadores, que cada día es un tempo novísimo. Los dos están enredados; y, paradójicamente, cojean del similar pie: el primero por el exceso del pasado; el segundo, por el exceso del presente. Lo que demuestra Maco es justamente la imposibilidad de pensar en el arte; quiero decir, la pasmosa posibilidad de un mundo de frivolidad. Después de Maco la única certeza que tengo es la reflexividad del capitalismo para tragarse al arte y vomitarlo como “gansitos”.